23 octubre 2008

La Estrella


Hace poco viví una fuerte transformación en mi vida: mis sueños, mis proyectos y mis ilusiones se vinieron abajo como por obra de un rayo. La torre que había construido y que creía indestructible fue al final tan frágil como una hoja al viento. En el momento de la caída, me quedé anonadada, sin fuerza y sin voluntad para mirar alrededor y saber qué hacer con mi vida.
De pronto me vi desnuda en medio de un paraje solitario en el que ya no cabía nada de mi pasado; con la torre había caído también mi modo de ver la vida y me sentí tan débil y tan poquita cosa que no supe hacia donde caminar.
Entonces, desnuda y sola, decidí emprender la marcha: caminaba con dificultad, sentía terror hacia lo que me rodeaba, pues ya no estaba protegida por aquello que yo había construido, por esa torre que me rodeaba y me defendía del exterior. Decidí caminar.
Desnuda como estaba, en medio de aquel paraje solitario, encontré un pequeño baúl. Me arrodillé y posé mis manos sobre la tapadera y suavemente, la abrí. De ella salieron multitud de langostas y otros insectos que me envolvieron: era como ver salir de aquél cofre todos los miedos y la angustia de los últimos tiempos, como si aquel baúl fuera mi corazón que se abría y me permitía ver, cara a cara, todos los temores que también habían ayudado a la construcción de aquella torre que yo creía que me protegía. Entonces me di cuenta de que, aunque estaba sola y desnuda, los insectos huían. Habían estado escondidos en las habitaciones, en las paredes y en los techos de mi torre, la misma que yo adoraba, pero también la misma que no me dejaba avanzar. Ahora, desnuda y sola, caminaba y avanzaba por el mundo e incluso, mis temores utilizaban sus alas para huir de mí. Entonces la vi. Los muros de mi torre no me habían permitido contemplarla. En medio de aquel batir de alas, algo brillaba y llamaba mi atención. La estrella había aparecido en mi vida y supe que mi torre debía caer para poder contemplarla. Ella me iluminaba, ella era yo: yo era la estrella. Yo podía mirar en mí y dejar huir mis miedos y ver la luz que brillaba en mi interior.
Todavía no sabía qué iba a ser de mi vida, pero sabía que ahora no era una mujer sola y desnuda. Ahora era una estrella y dejé de luchar contra los muros y las alas de mis miedos.
Seguí caminando. En mi peregrinaje encontré un pequeño riachuelo: era el fluir de la vida y decidí que con mi luz podría ayudar a los demás también a seguir adelante una vez que sus muros se hayan destruido.
Ahora podéis verme siempre aquí. La luz ha dado paso a la oscuridad. Veniros conmigo cuando tengáis miedo. Yo os daré el agua y la luz necesarias para aceptar lo inevitable sin perder la esencia interior y os ayudaré a encontrar esa estrella que lleváis dentro. Sigo desnuda, no porque no tenga ropa que ponerme, sino porque aprendí a ser yo misma y a valerme únicamente con la fuerza de mi esencia, de mi cuerpo y mi piel.
Pero soy realista y sé que, aun teniendo una estrella dentro de mí y aun enseñándote a ti la tuya propia, el camino hay que seguirlo, el fluir de la vida no puede hacerse sólo a través del agua, tiene que ir también sustentado por el poder de la tierra. Pero una tierra que ya no sirve para construir muros separadores, sino para dar vida. Por eso podrás observar que parte de mi cuerpo se apoya en el suelo y parte en el agua. Ahora soy río y tierra que se nutren mutuamente. Ahora soy la estrella a la que mirarás cuando creas que nada tiene sentido.

Esperanza,
araña negra del atardecer.
Tu paras
no lejos de mi cuerpo
abandonado, andas
en torno a mí,
tejiendo, rápida,
inconsistentes hilos invisibles,
te acercas, obstinada,
y me acaricias casi con tu sombra pesada
y leve a un tiempo.
Agazapada
bajo las piedras y las horas,
esperaste, paciente, la llegada
de esta tarde
en la que nada
es ya posible...
Mi corazón:
tu nido.
Muerde en él, esperanza.
(Ángel González)

Autora entrada: Maricruz
web: Caperucitazul





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